Mi dueña María se enfadaba mucho conmigo y yo no sabía por qué. Me ponía tan contenta cada vez que sabía que íbamos a la calle que me ponía a saltar como una loca para agradecerle a María su paseo. Yo le demostraba con mis saltos mi alegría y lo mucho que la quería, pero ella se enfadaba. Afortunadamente María, que es la mejor dueña del mundo, llamó a Nacho, adiestrador canino, que me explicó que cuando yo saltaba le rompía las medias a María y a veces, sin querer, le hacía daño con mis patas en sus piernas. A partir de ese momento ya no volví a saltar, le agradecía a María su paseo sentándome y esperando a que ella me pusiese el collar para salir a mi paseo por las calles de Valencia. Ahora ya no se enfada conmigo y sabe que la adoro y todo gracias a Nacho, el adiestrador canino que es también mi amigo.
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