Impacto psicológico de la muerte de una mascota en los niños puede ser importante. Para saber más de ello, entrevistamos a Christian Druso de Drusopsicólogos.com

 

¿Cuánto puede afectar la muerte de una mascota?

 

Pues en la población adulta, una de cada tres personas reconoce haber sufrido pena y congoja tras el fallecimiento de su mascota durante al menos los seis meses posteriores a la pérdida. No obstante y a causa de los recursos que se adquieren conforme el paso de los años, esta situación es más fácil de afrontar para un adulto que para un menor. Un niño no cuenta con la experiencia ni con la madurez emocional suficientes.

 

En primer lugar, debemos comentar que el impacto psicológico de la muerte de una mascota sobre la mente de un niño puede variar dependiendo de las circunstancias en las que ésta se ha dado, así como la edad exacta del menor.

 

¿Entendemos que la muerte siempre es algo difícil de explicar a un menor, verdad?

Cierto. La vida está llena de situaciones que suponen pequeños entrenamientos para el correcto desarrollo de un individuo como ser humano. Por decirlo de alguna manera, cada acontecimiento va configurando la estructura de tu cerebro, la forma en la que piensas y por consiguiente, la manera en la que ves y entiendes la vida.

 

La muerte es algo que al ser desconocido, al no saber con certeza lo que ocurre tras ella, suele causar temor y miedo. Conforme te haces más mayor, incluso ese miedo se convierte en una sensación de pena por lo que dejas, y por las consecuencias que crees que tus seres queridos padecerán tras tu pérdida. Pero en el caso de los niños, es algo incomprensible y difícilmente asumible. No obstante, por muy doloroso que sea, es una lección y una forma de aprendizaje de lo que es el ciclo de la vida.

 

¿Qué debemos hacer para que esta situación sea lo menos traumática posible?

Para empezar, es importante que el niño entienda que el animal vivirá menos años que él, puesto que la edad máxima promedio de los canes es de unos 16 años. Se le puede ir explicando conforme pasan los años, la edad a la que equivale.

 

Siempre hay que explicarle las cosas acorde a su madurez mental. Un niño de ocho o doce años, entenderá mucho mejor la situación que uno de cinco. Siendo sinceros y claros, se debe procurar una reacción del entorno adecuada, presentar un escenario de normalidad en el que se le permita preguntar, verbalizar y manifestar sus emociones a través del llanto y con la obtención de respuestas.

 

Por ejemplo, un niño de cuatro años no va a entender qué es la eutanasia, incluso hasta podría deducir que los padres han permitido o incluso ordenado su muerte. Por eso habrá que explicarle que ha muerto en el veterinario por tal enfermedad o por equis causa, pero sin que nadie haya intervenido en el proceso.

 

Siempre le será más asumible su muerte si ha visto el proceso de una larga enfermedad, y se le han ido explicando las cosas a su debido tiempo, que si fallece por un accidente, de un día para otro. No obstante, en tal caso también habrá que explicarle las causas, sin entrar en detalles, pero para que entienda el riesgo de los accidentes y de las precauciones que siempre se deben de tomar para evitarlas.

 

¿Y las típicas mentiras piadosas para salir del paso?

Estas se deben evitar. Las del estilo está durmiendo, solo le pueden generar un temor irracional al hecho de irse a dormir. Tampoco hay que decirle que se ha ido de viaje, ya que podrían aparecer sentimientos de culpabilidad.

Lo más normal es que hagan preguntas sobre la muerte de su animalito: ¿por qué se ha muerto?, ¿volverá algún día?, ¿dónde se ha ido?. Y habrá que responder a todas las cuestiones.

 

¿Qué alteraciones puede mostrar un niño que ha perdido a su mascota y lo pasa mal?

Es posible que presente conductas de celos, alteraciones en el sueño o en el apetito, que puedan mojar la cama, tener pesadillas o volverse muy desobedientes. Serían respuestas normales ante un evento traumático, pero siempre deberían de cesar en un espacio de tiempo adecuado.

 

¿A rey muerto, rey puesto?

Cuidado. Por norma general hay que dejar un tiempo prudencial entre la muerte de la mascota y la incorporación de un nuevo ser a la familia. De no ser así podríamos estar transmitiendo unos valores de cosificación, en donde un animal es fácilmente reemplazable, una pésima lección para la vida. Pasado un tiempo en el que se ha dado un proceso de duelo en el que la tristeza está presente, y una vez aceptada la despedida, se puede volver a contar con una nueva mascota.

 

Para ello, el hecho de realizar un entierro o ceremonia, ayuda a la hora de comprender y asimilar ese último adiós, e incluso poder tener un lugar al que poder acudir para “visitarle” y recordarle.

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